Quien la sigue la consigue, me decía una gran amiga mía que tras más de 5 años de búsqueda, 3 Fecundaciones In Vitro y varias transferencias que nunca llegaron a buen puerto, acababa de ser madre de una niña preciosa tras su último intento por la Seguridad Social y a sus 40 años.
En nuestro caso, había pasado más de un año desde que empezamos con nuestro primer tratamiento de Reproducción Asistida y nos encontrábamos de nuevo en la casilla de salida sin embriones, con 3 abortos en la espalda y cagados porque nada de lo que habíamos probado había funcionado.

En el último año me había hecho más análisis de sangre que en toda mi vida, había probado con la acupuntura, una transferencia con heparina e incluso habíamos hecho el DGP de nuestros últimos 5 embriones. ¿Qué más podíamos hacer?
Los dos ginecólogos a los que fui a consultar lo tenían claro. Otra Fecundación In Vitro. Según ellos, a pesar de haber hecho 4 transferencias, solo una contaba como buena ya que era la única que había ido con heparina tras haberme encontrado el Factor V de Leiden. Además solo había hecho una FIV y si teníamos algún otro problema seguramente lo podríamos detectar empezando un nuevo ciclo.
Como no creía que fuera a suceder el milagro de quedarme embarazada de forma natural, decidimos recurrir de nuevo a la ciencia.
La parte de hormonarme y sacar los óvulos me parecía chupada, así que en cuanto me dijeron que podía empezar, empecé. No sé por qué esta parte nunca me ha rallado. Algo de nervios siempre he pasado deseando de que todo fuera bien pero el proceso en sí me parece de lo más fácil y en mi caso nunca he tenido efectos secundarios debido a la medicación.
Yendo a los resultados que obtuvimos, fueron un poco peores que la primera vez pero aún así bastante bien teniendo en cuenta que ya me había plantado a los 35 años y el primer tratamiento lo empezamos cuando yo tenía 33 años. ¿Qué conseguimos?
- 10 óvulos
- 7 llegaron a blastocisto
- 5 pasaron la prueba del DGP
Comparado con la primera FIV, había conseguido 4 blastocistos menos pero teníamos 5 oportunidades y además ahora ya no había duda que nuestros embriones no eran la causa de los abortos.

Tras esta primera fase, nos tocaba enfrentarnos a la transferencia embrionaria y a la temible betaespera. Es cierto que el proceso aún es más fácil que el anterior pero la carga psicológica, por lo menos para mí, es infinitamente mayor.
Como el verano se acercaba y queríamos disfrutarlo al máximo, decimos aplazar la transferencia embrionaria a septiembre. Después de 4 intentos ya habíamos aprendido que tras el resultado del test de embarazo todo era posible y guiándonos por nuestra experiencia, si el resultado salía positivo no había nada asegurado.
Así que nos fuimos de vacaciones, desconectamos del tema y en septiembre hicimos la transferencia de dos blastocistos. Esta vez, a diferencia de las demás, durante los 20 minutos que nos quedamos esperando en la clínica, me maree un poco y empecé a pensar lo peor. ¿Por qué no era capaz de controlar mis nervios?
Los días siguientes a la espera de hacer el test de embarazo no fueron mucho mejor. Estaba más nerviosa que de costumbre y tenía muchísimo miedo a que hubiera salido mal. Si esta vez tampoco funcionaba haríamos dos transferencias más pero y ¿luego qué? El proceso de adopción estaba en marcha pero ya habíamos descubierto que tampoco era un camino de rosas…

No pudiendo aguantar la incertidumbre de si habría funcionado o no, a los 5 días post transferencia me hice un test de embarazo. Realmente me estaba volviendo majara pero no tenía ningún síntoma de embarazo de los que había leído por internet ni tampoco los leves pinchazos que había sentido otras veces en los ovarios.
El resultado blanco nuclear. Me fui a la cama hecha un cromo, convencida de que esta no era la buena y sin poder compartirlo con mi marido para no rallarle con algo que en el fondo sabía que no era decisivo. Solo habían pasado 5 días.
A media noche me levanté y volví a mirar el test. ¿Me lo parecía a mi o habían dos rallitas? Imposible. Seguro que estaba demasiado dormida y los nervios me estaban jugando una mala pasada.
Volví a la cama pensando que me haría otra test a la mañana siguiente con el primer pipí del día. Y así lo hice. Ahora ya no estaba soñando y por sorpresa mía habían dos rallitas. Una muy leve sí, pero eran dos ¡Estaba embarazada! Los siguientes días antes del análisis de sangre, fui haciéndome un test de orina cada día para ver si la segunda rallita iba ganando fuerza. Si algo había aprendido tras tantos intentos es que, en mi caso, un positivo no era sinónimo de embarazo evolutivo.
Llegó el día del análisis de sangre y mi beta hcg dio un resultado alrededor de los 2.000 (mIU/ml). Olía a gemelos pero tendría que esperar una semana más antes de la primera ecografía. Pero como lo que viene después es muuuuuuuuy largooooooo, lo dejaré para el próximo post 😉
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